Algo
menos de dos tiempos de vida han pasado desde que el affaire Dreyfus estremeció
la Francia de final del siglo XIX, la época en se plantaba la semilla de la
desconfianza entre las potencias europeas que desembocó en la Primera Guerra
Mundial unos años más tarde.
Tanto
se ha escrito sobre el caso de Dreyfus, un capitán judío del ejército francés al
que se acusó injustamente de espiar para los alemanes, que la primera pregunta
es qué se va a contar que no sea ya conocido, al menos para los franceses. Y lo
primero es entender el contexto histórico de los hechos: un momento de cambio y
transición, preludio de movimientos sociales, transiciones políticas hacia
democracias más consolidadas con alternancias y estertores de regímenes
anteriores, escaramuzas y guerras entre países europeos como la guerra franco-prusiana
de 1870. La política de asuntos exteriores siempre desconfiada con los vecinos
de proximidad andaba de la mano con la política de defensa. El ejército como
salvador de la patria. Alianzas y roturas con unos y otros haciendo bueno el
adagio de los británicos: “Inglaterra no tiene aliados, tiene intereses.”
La
crítica fácil a la película es que el lobby judío permitió que finalmente
Dreyfus fuese excarcelado de la Isla del Diablo y que Polansky, judío, ha hecho
otra película más de redención de esta comunidad tan perseguida en todo el
mundo a lo largo de la Historia. Pero creo que vale la pena ir más a fondo para
no quedarse en el cliché fácil de la película.
Polanski
elige desarrollar la trama desde la perspectiva del menos conocido coronel Picquart,
el oficial francés que investiga y revela la trama de ocultación de los altos
mandos del ejército francés y del ministerio de defensa. Eligiendo ese plano
central en lugar del sufrimiento de un Dreyfus prisionero que nos recuerda el
caso también francés Papillon, el director elige confrontar la integridad
frente al corporativismo cómplice de la injusticia perpetrada, el honor frente a
la falta de escrúpulos, el estoicismo y la justeza frente a los excesos de los
que se sienten intocables e impunes.
Podemos
ver como la prensa que revela la injusticia no es todavía el cuarto poder
que es hoy, una judicatura balbuceante y sumisa, o un parlamento francés que
todavía teme, porque lo necesita, al ejército. Comparémoslo con la situación actual.
Polansky
elige un buen final, también porque así terminó el asunto. Y es un bonito final,
porque ganó la justicia. Nunca toda la que se reclama, pero sí para cortar la
hemorragia. Quizá una buena lección para
los tiempos que corren, para confiar que al final de todo triunfa la verdad y hay
un resarcimiento. El problema es el tortuoso camino hasta el final y los
férreos valores que se requieren hasta llegar a la luz. En ese camino, Picquart
toma una decisión de vida y carrera a la que no estaba obligado, no abandona la
senda de sus principios y encuentra una recompensa que quizá tampoco esperaba.
O sí, si hay algún biógrafo de Picquart que conozca su historia y anhelos a
fondo. Quizá con toda su humana imperfección, Picquart nos está enseñando el
camino hoy dos tiempos de vida más tarde.
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