sábado, 11 de enero de 2020

El oficial y el espía


Algo menos de dos tiempos de vida han pasado desde que el affaire Dreyfus estremeció la Francia de final del siglo XIX, la época en se plantaba la semilla de la desconfianza entre las potencias europeas que desembocó en la Primera Guerra Mundial unos años más tarde.

Tanto se ha escrito sobre el caso de Dreyfus, un capitán judío del ejército francés al que se acusó injustamente de espiar para los alemanes, que la primera pregunta es qué se va a contar que no sea ya conocido, al menos para los franceses. Y lo primero es entender el contexto histórico de los hechos: un momento de cambio y transición, preludio de movimientos sociales, transiciones políticas hacia democracias más consolidadas con alternancias y estertores de regímenes anteriores, escaramuzas y guerras entre países europeos como la guerra franco-prusiana de 1870. La política de asuntos exteriores siempre desconfiada con los vecinos de proximidad andaba de la mano con la política de defensa. El ejército como salvador de la patria. Alianzas y roturas con unos y otros haciendo bueno el adagio de los británicos: “Inglaterra no tiene aliados, tiene intereses.”

La crítica fácil a la película es que el lobby judío permitió que finalmente Dreyfus fuese excarcelado de la Isla del Diablo y que Polansky, judío, ha hecho otra película más de redención de esta comunidad tan perseguida en todo el mundo a lo largo de la Historia. Pero creo que vale la pena ir más a fondo para no quedarse en el cliché fácil de la película.

Polanski elige desarrollar la trama desde la perspectiva del menos conocido coronel Picquart, el oficial francés que investiga y revela la trama de ocultación de los altos mandos del ejército francés y del ministerio de defensa. Eligiendo ese plano central en lugar del sufrimiento de un Dreyfus prisionero que nos recuerda el caso también francés Papillon, el director elige confrontar la integridad frente al corporativismo cómplice de la injusticia perpetrada, el honor frente a la falta de escrúpulos, el estoicismo y la justeza frente a los excesos de los que se sienten intocables e impunes.

Podemos ver como la prensa que revela la injusticia no es todavía el cuarto poder que es hoy, una judicatura balbuceante y sumisa, o un parlamento francés que todavía teme, porque lo necesita, al ejército. Comparémoslo con la situación actual.

Polansky elige un buen final, también porque así terminó el asunto. Y es un bonito final, porque ganó la justicia. Nunca toda la que se reclama, pero sí para cortar la hemorragia.  Quizá una buena lección para los tiempos que corren, para confiar que al final de todo triunfa la verdad y hay un resarcimiento. El problema es el tortuoso camino hasta el final y los férreos valores que se requieren hasta llegar a la luz. En ese camino, Picquart toma una decisión de vida y carrera a la que no estaba obligado, no abandona la senda de sus principios y encuentra una recompensa que quizá tampoco esperaba. O sí, si hay algún biógrafo de Picquart que conozca su historia y anhelos a fondo. Quizá con toda su humana imperfección, Picquart nos está enseñando el camino hoy dos tiempos de vida más tarde.





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