Podía elegirse más de un título para este excelente relato de una parte de la
Guerra Civil española. Es un relato parcial porque Alejandro Amenábar pone la cámara
en lo que sucede dentro del bando sublevado con motivo del Alzamiento y la
declaración del estado de guerra en Salamanca el 19 de julio de 1936 por parte
de los sublevados contra la Segunda República. Pero también es equilibrado
porque trata con cierta equidistancia a las derechas y a las izquierdas de la época.
Juan Eslava Galán en “Una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a
nadie” describió al español frentista de uno y otro lado, ambos equivocados, pero que se mataron sin piedad ni razón. Afortunadamente vivimos épocas muy distintas, aunque algunas ideas sigan enfrentadas reverdeciendo heridas que ya deberían estar cicatrizadas.
La película “Mientras dure la guerra” explica el proceso de cuasi entronización
de Francisco Franco como Generalísimo y Jefe de Estado y la película recompensa al espectador con una trama bien hilada,
seguramente bastante fiel en el fondo y magistralmente interpretada por todos los personajes.
Pero también podría haberse titulado “Las tribulaciones de Miguel de
Unamuno”, porque el insigne intelectual queda un poco desnudo con sus cambios
de opinión política en función de cómo se comportan los distintos partidos políticos
antes de la guerra. Pero es que Miguel de Unamuno es un librepensador y un intelectual
soñador, que cree que se puede convivir con respeto y diálogo mirando al futuro, pero cada facción usa su
prestigio a su conveniencia y la guerra civil le acaba arrebatando a sus amigos.
Miguel de Unamuno muere dos meses más tarde del primer “día de la raza”, donde defiende sus convicciones durante el famoso discurso en presencia de Carmen Polo de
Franco, y el general Millán Astray, creador de la Legión y vocero servil de las
teorías del dictador. “Venceréis pero no convenceréis, vencer no es persuadir”,
son frases que no pueden pronunciar sin consecuencias para el mensajero en aquellos momentos y Unamuno
lo acaba pagando.
El valiente discurso de Miguel de Unamuno en la Universidad es reflejo de
su indómito carácter, individualista e implacable con la mediocridad, la
falsedad, la falta de piedad o la injusticia. Todos esperan algo de Miguel de
Unamuno, unos precisamente por ser un referente de justicia y otros para que sea sello
intelectual de su causa. Unamuno acuñó precisamente el concepto de “civilización
cristiana occidental” que inspiró a Franco y a su entorno para emprender una
cruzada que aparentemente alargó más de lo necesario la cruenta Guerra Civil. Quizá porque pensó que tenía una misión que cumplir no dejó el poder hasta su muerte.
Si esta película gusta es porque los personajes nos conectan con las
historias de una forma magistral, lo que no quiere decir que todo lo que se
cuenta sea miméticamente real. El cómico e histriónico general Millán Astray representa la inercia de la fuerza bruta más simplista y descerebrada del bando nacional. El
general Cabanellas, presidente de la Junta Militar que acabó cediendo el poder
a Franco, y que ya avisó que si a Franco se le daba todo el poder solo lo dejaría con su muerte, representa cierto balance antes las decisiones que se están tomando. El perfil del enigmático y aparentemente simple general
Franco, transmite una personalidad pobre en la película que no casa con su
trayectoria meteórica y la longeva duración de su dictadura. La película falla porque no convence en explicar de donde surge ese magnetismo del astuto Franco que hacía que
todos a su alrededor fueran serviles, revelando una inteligencia
maquiavélica y despiadada para derrotar a sus enemigos en su cruzada a favor de
la civilización cristiana occidental.
Miguel de Unamuno es la antítesis de Franco en esta película de ideas
frente a creencias. De debates frente a discurso único. Con Miguel de Unamuno,
el eterno profesor, las diferencias se pueden discutir sin llegar al enfrentamiento
como pintó Goya en su “Duelo a garrotazos” (obviamente a otro momento de la historia)
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