"Soy un ciudadano, no un perro".
Es el epitafio de
Daniel Blake, en su carta manuscrita al tribunal de apelaciones para conseguir
una pensión de incapacidad que le permita, literalmente, comer o abrigarse. O para
ayudar a Rachel, madre soltera de dos niños, sin medios y forzada a robar
compresas en un supermercado o prostituirse para conseguir algún dinero.
La palabra ciudadano proviene del latín civitas, y como reza en los
diccionarios, "...dícese de la persona, que por su razón de pertenencia a
una comunidad por un vínculo de nacionalidad, tiene una serie de derechos y
obligaciones, ..." Daniel Blake es un carpintero de 59 años en la Gran
Bretaña actual, que perdió a su mujer hace 5 años, vive solo y con frecuencia
exhibe una exigencia hasta intransigente ante comportamientos que él califica
de incívicos de sus vecinos. El vivir en sociedad nos obliga como individuos.
No puede trabajar
por prescripción médica, le han retirado el subsidio del desempleo porque no
consigue cubrir las expectativas del funcionario de turno para demostrar que
busca activamente trabajo, y también le niegan la pensión por incapacidad,
decisión que esta apelando, único rayo de luz que le queda antes de vender
todos los muebles, y taparse con una manta para no pasar frío, porque ya no
puede pagar el recibo de energía. Daniel tiene derecho a que el estado le
ayude.