Y lo vuelve a ser en "El contador de cartas", una historia de los traumas de las guerras de Irak y Afghanistan, desde la perspectiva de los ganadores vencidos, en el escenario lógicamente imaginario pero realista de las cárceles de Abu Graib y Guantánamo. Una experiencia que enajenó a personas de la misma forma que el holocausto enajenó a muchos verdugos alemanes.
En el actor principal el eje es el trastorno obsesivo-compulsivo que padece, producto de una condena expiatoria en una cárcel federal cuando salieron a la luz las torturas en dichos centros, que tuvieron consecuencias, como siempre, en los verdugos funcionales, no en los inspiradores que orquestaron su existencia y su dirección. Es la época de George Bush hijo como presidente de EEUU con su secretario de defensa Donald H. Rumsfeld.
El trastorno obsesivo-compulsivo se manifiesta en un metodismo y ritualismo que preside la vida buscando el orden y el perfeccionismo. Es una lucha para vencer los demonios interiores de la sensación de culpa o fragilidad, hasta para evitar la locura. El conteo de cartas en la película parece ser una consecuencia de esa sistemática que permite observar los lances del póker con mayor concentración y habilidad que el resto de jugadores.