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sábado, 11 de abril de 2020

El niño que domó el viento

Hace menos de doscientos años no había electricidad en los hogares y extraíamos el agua de los pozos en baldes. Hace menos de cien años la dieta alimentaria de muchos países desarrollados estaba formada mayoritariamente por productos del propio país, suplementada con los excedentes agrícolas (por ejemplo grano de EEUU, Rusia, Argentina). Las colonias británicas, holandesas, francesas o alemanas fueron establecimientos de extracción de riquezas naturales y mano de obra barata, incluyendo productos agrícolas, de países tercermundistas que no tenían ni industria propia ni economía de servicios. 

Durante mucho tiempo en Occidente los agricultores miraban al cielo rogando que la naturaleza regara con el agua apropiada o que la sequía fuera soportable. Después vino la tecnificación de la agricultura con los abonos artificiales, los invernaderos y los ciclos de producción continua. 

En "El niño que domó el viento" los agricultores de un pequeño pueblo de Malawi sufren la tragedia de los elementos naturales, la falta de planificación del país y sus élites, la codicia explotadora de las multinacionales (que buscan la eficiencia de cultivos que afectan el medio ambiente), y la poca educación e industrialización. Y se sumergen en la hambruna que de vez en cuando sucede en los países africanos y que hemos erradicado en los países desarrollados. 

Ante la adversidad, solo hay dos opciones: gestionar la miseria por venir o afrontar los problemas a través de nuevas soluciones. "El niño que domó el viento" es una historia de superación y de innovación a través de la educación, la auténtica fuerza motora del progreso de las sociedades. Es la historia de personas extraordinarias, de aquellas que analizan el presente y diseñan el futuro con ojos distintos.