Así habla el abuelo de una familia en un
pueblo del interior de Castellón, tierra rica en olivos milenarios, ante la
insistencia de los hijos para que un olivo de la familia ("el
monstruo") se venda a un intermediario que a su vez lo colocará en algún
lugar ornamental en Europa pagando a la familia 30.000 euros. Podría ser la
historia de muchas familias en España, que por unas monedas arrancan las raíces
de su historia para suplantarlas con un nuevo edificio, una urbanización o un
restaurante que les permitirá incorporarse a la élite económica y social de su
pueblo o ciudad. Parece que el dinero es capaz de ponerle precio a todo,
incluso a los sentimientos y al sentido de toda una vida, es la sensación que
queda en la sociedad mercantilista en la que hoy nos encontramos. Época de
cambio de valores, de tradiciones, pero donde no todo el mundo yerra confundiendo precio y valor.
Es el caso del abuelo, que siente que arrancar
el olivo es privarle de su conexión con la vida, de su propio sentido de existencia. Siente que ha traicionado al
olivo al no poder protegerlo ante la presión de la familia para venderlo.
Su vida queda sin sentido cuando el olivo es arrancado. Su vida se marchita
como una rama seca, ya no necesita agua, ya no necesita comida. Y sus hijos no
entienden que el problema no se soluciona con comida ni con bebida, la savia de
la vida está abandonando al abuelo.