Hace menos de doscientos años no había electricidad en los hogares y extraíamos el agua de los pozos en baldes. Hace menos de cien años la dieta alimentaria de muchos países desarrollados estaba formada mayoritariamente por productos del propio país, suplementada con los excedentes agrícolas (por ejemplo grano de EEUU, Rusia, Argentina). Las colonias británicas, holandesas, francesas o alemanas fueron establecimientos de extracción de riquezas naturales y mano de obra barata, incluyendo productos agrícolas, de países tercermundistas que no tenían ni industria propia ni economía de servicios.
Durante mucho tiempo en Occidente los agricultores miraban al cielo rogando que la naturaleza regara con el agua apropiada o que la sequía fuera soportable. Después vino la tecnificación de la agricultura con los abonos artificiales, los invernaderos y los ciclos de producción continua.
En "El niño que domó el viento" los agricultores de un pequeño pueblo de Malawi sufren la tragedia de los elementos naturales, la falta de planificación del país y sus élites, la codicia explotadora de las multinacionales (que buscan la eficiencia de cultivos que afectan el medio ambiente), y la poca educación e industrialización. Y se sumergen en la hambruna que de vez en cuando sucede en los países africanos y que hemos erradicado en los países desarrollados.
Ante la adversidad, solo hay dos opciones: gestionar la miseria por venir o afrontar los problemas a través de nuevas soluciones. "El niño que domó el viento" es una historia de superación y de innovación a través de la educación, la auténtica fuerza motora del progreso de las sociedades. Es la historia de personas extraordinarias, de aquellas que analizan el presente y diseñan el futuro con ojos distintos.
"En la película, donde el padre de William ve una bicicleta como medio de conexión y transporte para ir a la ciudad, William ve la dinamo como pieza para construir un rudimentario molino de viento para hacer funcionar la bomba de agua que les permita regar en época de sequía. "
Es una historia de comunidades de personas (en occidente lo llamamos la "sociedad civil") que decepcionadas por el desprecio brutal de las élites gobernantes hacia el bienestar de sus gobernados, se apoyan y buscan soluciones que les permitan mejorar sus vidas.
Los dramas de los países africanos son especialmente cruentos por la falta de calidad ética de algunos de sus gobernantes, quizá por culturas tribales aún profundamente insertadas en su modelo de sociedad y que poco conocemos en Occidente, pero que en cualquier caso provocan un sufrimiento constante a sus poblaciones que buscan en la emigración una salida a su desesperación.
"El niño que domó el viento" hace reflexionar sobre lo que es valioso e importante para ser feliz. Se puede ser feliz con mucho menos y la infelicidad se convierte en desesperación cuando se pierde todo hasta llegar a tener hambre. El hambre es la expresión máxima de la pobreza y cuando se tiene hambre el resto de las necesidades o valores dejan de tener sentido para muchas personas. Afortunadamente, las sociedades progresan en general superando los momentos críticos, y "El niño que domó el viento" es una historia de superación.
"El niño que domó el viento" es una historia humana basada en hechos reales, dirigida, interpretada y realizada de forma que el espectador se sumerge en el ambiente amarillento del sol abrasador y seco del interior de Africa, quizá más brutal en la realidad, pero bien planteado para captar la esencia de la historia que nos cuenta. Uno de los mayores retos de estas comunidades o tribus convertidas en países o estados-naciones es ser capaces de proporcionar a sus habitantes bienestar a través de la educación y el desarrollo de su potencial, pero muchos siguen anclados en regímenes dictatoriales con dirigentes egocéntricos que buscan el beneficio personal. Pero es una película llena de esperanza.
"El niño que domó el viento" es una película para reflexionar en tiempos de Covid-19:
- Durante el confinamiento forzado nos estamos planteando el valor de las cosas. Cuando termine consumiremos y nos comportaremos de forma diferente. Muchas cosas que nos parecían sólidas o inmutables han dejado de serlo.
- Solo desde la innovación y de formas diferentes de cambiar el mundo, seremos capaces de resolver el problema científico de la pandemia. Nunca antes la Humanidad ha realizado un esfuerzo tecnológico y científico tan enorme para encontrar remedios médicos que funcionen o la propia vacuna.
- La colaboración humana es fundamental para el progreso. Es una tarea de equipo, global, el descubrir el remedio y salir de la situación económica y social que se avecina. La alternativa son desequilibrios y desigualdades que nos traen malos recuerdos en el siglo pasado.
- Nuestra propia fragilidad como seres humanos y la necesidad de ser más humildes. En "Sapiens", el escritor Yuval Noah Harari explica cómo la ciencia, la tecnología y la razón han catapultado a la persona a realizar cosas que antes parecían mágicas. Sin embargo, la naturaleza a través de una bacteria ha puesto de rodillas nuestro modelo de vida en muy pocas semanas. Saldremos de esta, pero debemos ser conscientes de los frágiles equilibrios que nuestras vidas interdependientes.
- Saldremos mejor de esta etapa si usamos como en "El niño que domó el viento" nuestras fortalezas internas. El niño usó el viento para generar electricidad. Hemos de encontrar nuestro "viento" respectivo.
- La importancia de desarrollar ciertas actividades en cada país de forma que permita un desarrollo equilibrado de la sociedad para hacerla más resistente ante golpes como esta pandemia. Hay que encontrar el balance entre lo "local" y lo "internacional" sabiendo que la Humanidad es globalmente interdependiente.
Encuesta realizada con Mentimeter con 19 participantes |
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