“Belfast” es una representación tragicomédica de los enfrentamientos políticos entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte en 1969, lo que se considera el comienzo oficial del conflicto político que hoy continúa.
Los sucesos más violentos tuvieron lugar en verano de 1969, con intervención de las Fuerzas Armadas, no sólo de la policía británica, y marcan el comienzo de la actividad terrorista del IRA hasta su disposición de las armas en 2005.
“Belfast”, en blanco y negro, recuerda mucho a cintas como “La vida es bella”, la vida de los campos de concentración desde la mirada inocente de un niño a través del filtro positivista de su padre, y el salto de la cartelera recuerda a “Billy Elliot”, la historia de un niño salido de los barrios mineros de la Inglaterra de la época Thatcher. Porque “Belfast” es la película semi autobiográfica de su director y productor Kenneth Branagh, aclamado autor, director de cine y actor británico, desde la perspectiva de los que lo vivieron y se fueron, emigraron hacia una vida huyendo del enfrentamiento. Porque como se dice en la película, ésta es un homenaje a “los que se fueron, a los que se quedaron y a los que perdimos”.
“Belfast” está relatada desde la mirada curiosa y optimista de un niño que crece en una familia que él ve como ideal, con sus problemas y tribulaciones, que cree en la convivencia entre protestantes y religiosos. “Se puede ser protestante y respetar a quienes no piensan o actúan como tales”. Es el mensaje de tolerancia y conciliación que transmite la película, frente al odio que los estrategas políticos del enfrentamiento tratan de inculcar en los más jóvenes. En el peligroso coctel de la política y la religión, los políticos con un fondo más nihilista han usado las creencias y la fe como arma de guerra para conseguir sus objetivos de dominación.
Pero esto no se ve en “Belfast” porque el director quiere ahorrar un relato de crueldades concentrándose en la “bella vida” que vive la familia de Buddy, el niño protagonista, al que algunos llaman ya “niño prodigio” del cine por su interpretación en la película. La película está llena de “violencia sentida”, no tan visual, y el espectador no se incomoda salvo cuando la cara de miedo de Buddy se refleja en los atentados y en la violencia de las manifestaciones. Y sobre todo disfruta de su inocencia y candidez creciendo en su familia que le quiere y le guía, en los aledaños de su calle sin coches donde todos se conocen y ayudan. En sus conversaciones con sus padres, y las charlas de orientación con su abuelo, se destila educación en valores y en la vida.
La película también refleja las etapas de la vida en las tres generaciones: hijos, padres y abuelos, dentro de la familia modélica de Buddy que nos presenta el director en “Belfast”. Buddy y su familia tienen que elegir su camino en la vida, y eligen marcharse, como tantos irlandeses, sobre todo del sur, que hoy residen y se han desarrollado en comunidades en varios lugares del mundo, especialmente en los Estados Unidos.
La película está muy bien interpretada por todos los actores, muchos de ellos desconocidos de la gran pantalla, el blanco y negro contribuye a incrementar la sensación nostálgica, con una fotografía muy bien conseguida. En el fondo, la música del cantante nordirlandés Van Morrison, un aderezo acústico que cierra el círculo de esta película candidata a varios premios en los Oscar de este año.
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