Así habla el abuelo de una familia en un
pueblo del interior de Castellón, tierra rica en olivos milenarios, ante la
insistencia de los hijos para que un olivo de la familia ("el
monstruo") se venda a un intermediario que a su vez lo colocará en algún
lugar ornamental en Europa pagando a la familia 30.000 euros. Podría ser la
historia de muchas familias en España, que por unas monedas arrancan las raíces
de su historia para suplantarlas con un nuevo edificio, una urbanización o un
restaurante que les permitirá incorporarse a la élite económica y social de su
pueblo o ciudad. Parece que el dinero es capaz de ponerle precio a todo,
incluso a los sentimientos y al sentido de toda una vida, es la sensación que
queda en la sociedad mercantilista en la que hoy nos encontramos. Época de
cambio de valores, de tradiciones, pero donde no todo el mundo yerra confundiendo precio y valor.
Es el caso del abuelo, que siente que arrancar
el olivo es privarle de su conexión con la vida, de su propio sentido de existencia. Siente que ha traicionado al
olivo al no poder protegerlo ante la presión de la familia para venderlo.
Su vida queda sin sentido cuando el olivo es arrancado. Su vida se marchita
como una rama seca, ya no necesita agua, ya no necesita comida. Y sus hijos no
entienden que el problema no se soluciona con comida ni con bebida, la savia de
la vida está abandonando al abuelo.
Su nieta Alma (nombre bien escogido por la
directora, Iciar Bollaín) representa la única conexión del abuelo y el olivo
con un mundo extraño que no oye el ruiseñor, ni recuerda los juegos trepando a
las ramas más altas, ni ha disfrutado escondiendo cosas en sus profundas
oquedades. Alma sabe que el olivo representa la conexión del abuelo con la
vida, y emprende una cruzada imposible para traerlo de vuelta desde el
vestíbulo corporativo de una multinacional alemana, que para mayor sarcasmo, ha
convertido el olivo en su logo corporativo y que además, expolia zonas
forestales en el mundo para construir infraestructuras. Es la parte más
evitable de una película con mensaje profundo, que también resalta la
hipocresía de los mensajes de algunas multinacionales para congraciarse con la
sociedad ante sus ataques contra el medio ambiente.
Hay una historia muy íntima de relación entre
el abuelo y sus hijos, la historia de la generación nacida en los años 30 y que
vivió la guerra civil y las privaciones posteriores, la falta de comunicación y de valores comunes compartidos, una sensación de transición intergeneracional no completada. Los hijos no aman lo que ama el padre porque el padre no supo transmitir
amor a los hijos. Todo lo contrario de la relación de Alma con su abuelo, que despliega todo el amor y afecto que no supo transmitir a sus hijos.
La increíble y casi cómica pasión de Alma
para conseguir traer el olivo de vuelta desde Dusseldorf no debe oscurecer la
reflexión que provoca una película como ésta. Nuestro patrimonio histórico o
cultural no siempre estuvo protegido y ni siquiera reconocido por nosotros mismos. La Historia es
una sucesión de acontecimientos donde la luz y la oscuridad se alternan en la
vida de los pueblos en un devenir donde el progreso se alterna con el declive, una historia de ganadores y perdedores.
Véanse civilizaciones como la griega o la egipcia, faros de iluminación y
modernidad hace 25 siglos. La molicie o actuaciones de algunas generaciones
simplemente cortocircuitaron la conexión de fases de esplendor con etapas de
olvido y negación. Estas etapas no consiguieron restablecer los valores de las
épocas previas y los pueblos resultantes han ido olvidando su aportación
histórica a la Humanidad. Las sociedades que triunfan son las que tienen una
narrativa en materia de valores culturales que se impone al resto de
sociedades. El arte en sus distintas manifestaciones es testimonio del paso de
los pueblos por la Historia. Más allá del arte, la cultura es lo que hacen las
personas cuando no se les dice lo que tienen que hacer. Podríamos hasta decir
que la cultura está algo reñida con la evolución, en tanto ésta cambia, pero la
cultura puede fortalecerse sobre pilares y valores sólidos, evolucionando más
que revolucionando, sin cuestionar absolutamente todo.
Arrancar el olivo milenario, desprenderse por
una cantidad monetaria, hacerlo emigrar a una especie de museo no es muy
distinto del expolio de arte antiguo que muchos países han realizado para
atesorar excepcionales colecciones públicas o privadas, privando a futuras
generaciones de parte de su pasado identitario.
Sin pretender lanzar un mensaje ecologista,
los olivos milenarios son posiblemente los seres vivos más longevos que tenemos
en la península ibérica. Son el testimonio vivo de de nuestra
historia. La desconexión de las nuevas generaciones con el pasado, la falta de
valores culturales sólidos en una época de cambio acelerado donde la crisis y
el éxito económico son los nuevos valores del éxito social corren el riesgo de
fracturar la convivencia intergeneracional. Este es posiblemente el gran
mensaje de El Olivo. Hay un rayo de esperanza cuando personas como la joven e impetuosa Alma son capaces de demostrarnos que todo lo que tiene valor no tiene necesariamente un precio.
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