Una metáfora deliciosamente imposible sobre
la educación de los hijos, que contrapone de una forma un tanto extrema la educación reglada, insertada
en el "sistema" que permite la integración social, frente a una
educación donde priman las convicciones y creencias de lo padres. Es una
película antisistema llena de sensibilidad y sentimientos.
Captain Fantastic es una sorpresa para el
espectador donde el multifacético actor Viggo Mortensen nos demuestra sus dotes
tanto para filmes épicos como tragicomedias. Y ello sin desmerecer la
interpretación de todos y cada uno de los hijos de esta familia sacada de la
visión utópica del padre - Ben - y la madre -Leslie - de una educación para sus
hijos al margen de la sociedad, apartados y viviendo en las montañas
norteamericanas cercanas a la costa del Pacífico. Los padres, o al menos Ben,
es el líder, el profesor, el confesor, el amigo, el ejemplo en el que ellos se
van moldeando.
La madre subrevuela la trama de la película,
ya ausente desde el inicio tras su suicidio ante una enfermedad incurable que
la transforma ante el trastorno bipolar que sufre. Pero ella es budista, su
cuerpo es sólo una prisión en esta vida, y toda la trama gira al intento del
padre y los hijos de darle el adiós que la madre había pedido en su testamento
vital: icinerada y cenizas arrojadas a un váter.
Esta es la misión de la familia y con ese
propósito, Ben y sus seis hijos descienden de sus montañas. Todos con nombres
únicos, reyes filósofos como los llama el padre, atletas intelectuales y
físicos, pero que sólo han visto, saben y han conocido lo que el padre o los
libros les han enseñado. Noam Chomsky, el izquierdista filósofo vivo más famoso
de EEUU, es referencia constante en la educación de los hijos.
La educación de Ben no hace tratos con la
mentira, ni con la mediocridad, ni con la debilidad. La muerte del venado en la
escena inicial, la escalada de una pared vertical con sus hijos, la acampada a
cielo abierto con un cielo que arroja agua como una cascada con todos empapados
y sin una sola queja, sabiendo que ello es parte de su formación, de su
formación de carácter.
La desnudez, naturalidad y la profundidad de
los diálogos, preciosos en su ejecución a través de la interpretación de cada
uno de los actores, no tiene desperdicio. No hay palabras perdidas, no compensa
desconectar de la trama ni un minuto. La educación en la verdad, en las
convicciones, no es siempre una buena forma de relacionarse en la sociedad de
hoy en día. No hay palabras soeces, sólo la verdad tal y como es, como la mejor
forma de afrontar la duda. El padre predica con el ejemplo, y los hijos
reaccionan a los hechos, no a la forma en que se les comunica.
Los hijos de Ben y Leslie son en sí un grupo
de virtuosos físicos e intelectuales, llenos de sensibilidad y emotivos. Pero
la trama de la película (el desarrollo de la misión de la familia) les lleva a
interaccionar con la sociedad y especialmente el hermano pequeño y su hermano
mayor comienzan a acusar los efectos del aislamiento. Notan que hay un mundo
fuera, y que ellos no son parte de él, pero quieren ser parte de él. La
película es un contraste permanente entre la vida convencional y la que ellos
han aprendido, y por fuerza ha de acabar de una forma u otra. Ben se da cuenta
cuando comprende que quizá les está pidiendo demasiado a sus hijos y les deja
con la custodia de sus abuelos.
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