viernes, 16 de diciembre de 2016

"Yo, Daniel Blake"

"Soy un ciudadano, no un perro".

Es el epitafio de Daniel Blake, en su carta manuscrita al tribunal de apelaciones para conseguir una pensión de incapacidad que le permita, literalmente, comer o abrigarse. O para ayudar a Rachel, madre soltera de dos niños, sin medios y forzada a robar compresas en un supermercado o prostituirse para conseguir algún dinero.

La palabra ciudadano proviene del latín civitas, y como reza en los diccionarios, "...dícese de la persona, que por su razón de pertenencia a una comunidad por un vínculo de nacionalidad, tiene una serie de derechos y obligaciones, ..." Daniel Blake es un carpintero de 59 años en la Gran Bretaña actual, que perdió a su mujer hace 5 años, vive solo y con frecuencia exhibe una exigencia hasta intransigente ante comportamientos que él califica de incívicos de sus vecinos. El vivir en sociedad nos obliga como individuos.

No puede trabajar por prescripción médica, le han retirado el subsidio del desempleo porque no consigue cubrir las expectativas del funcionario de turno para demostrar que busca activamente trabajo, y también le niegan la pensión por incapacidad, decisión que esta apelando, único rayo de luz que le queda antes de vender todos los muebles, y taparse con una manta para no pasar frío, porque ya no puede pagar el recibo de energía. Daniel tiene derecho a que el estado le ayude.


Es una crítica desaforada contra del estado del bienestar, no pequeño pero sí deshumanizado en su funcionamiento, alejado de los ciudadanos a los cuales dice proteger, incapaces muchos como Daniel Blake de conseguir que se reconozcan sus derechos, simplemente porque los procedimientos para acceder a los subsidios son simplemente muy complejos para ciertas personas, cuando no contradictorios.

La película nos habla también de la brecha digital, de cómo hoy una administración gigantesca ha de gestionarse por protocolos donde en función de tus respuestas estás fuera o dentro de los esquemas de protección. Aunque hayas pagado tus impuestos toda tu vida y aunque la ley te reconozca el derecho, porque el detalle está en el procedimiento.

La película nos demuestra también que el estado está formado por personas, y las personas siempre tenemos un grado de autonomía para hacer la vida más fácil a nuestros semejantes como la funcionaria Ann. O como el encargado de la tienda donde Rachel roba compresas. Podemos al menos demostrar que comprendemos la desgracia ajena, aconsejarles, ayudarles en lo que podamos.

Personas que hacen posible la atención a necesitados a través de los bancos de alimentos privados, una solución que de forma afortunada está ahí ante el enorme número de personas que se encuentran desplazadas económicamente ante la marcha de la economía en los países desarrollados. En la película podemos entrever ese malestar que acumula la desigualdad y el desplazamiento laboral que provoca la globalización y que es el caldo de cultivo de populismo, retrocesos hacia el nacionalismo, si bien estos factores no aparecen en la cinta.

Daniel Blake es un  campeón de la dignidad humana, el epítome de la lucha de la persona frente al estado, y el director no permite que la historia termine bien, como si no quisiera abortar la esperanza, o quizá para no ahogar el grito de un estado más social y humano, donde no todo es dinero.

Hay muchas reflexiones que podemos extraer: la sustitución de lazos  familiares por lazos de proximidad, el tamaño del propio estado de bienestar que hace que su propia gestión sea cada vez más compleja y deshumanizada, o la situación de desprotección en el cual muchas personas viven en lo que algunos denominamos el primer mundo.

Que pueden hacer los estados y las sociedades para disminuir esta fragilidad ante los acontecimientos? Parece que la respuesta es como siempre más educación, porque solo ello nos permite adaptarnos a las circunstancias crecientemente cambiantes del medio que nos rodea. No es una garantía, pero son duda nos da más opciones. Y  de cómo cada edad tiene unas decisiones para tomar, como lo demuestra Rachel, que con menos de 30 años trabaja de limpiadora cuando le dan trabajo y que abandonó sus estudios ante de los 20.


Es muy probable que veamos más películas denuncia como esta magnífica de Ken Loach. No puede ser de otra forma cuando los gastos del estado representan más del 40% del producto anual en los países desarrollados. Para bien o para mal, hemos construido un sistema de apoyo y dependencia que sin duda ha de funcionar mejor y además, hay que recurrir a la prevención tanto como sea posible en lugar de centrarse sólo en la cura.



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