domingo, 9 de abril de 2017

"Locas de alegría"


Una comedia a medias, o un drama con tintes de comedia. Durante la película, estás esperando soltar la carcajada en cualquier momento, pero cada escena enlaza con una siguiente dominada por la tristeza, cuando no la dureza de la vida de las dos protagonistas.

También es una película de arquetipos contrapuestos, donde la volcánica condesa italiana de mente fantasiosa (Beatrice), que parece haber acabado en un centro psiquiátrico por la influencia de su familia para evitar que siga dilapidando el patrimonio familiar, se encuentra en Villa Biondi con la abstraída e indolente joven “tatuada como una libreta” (Donatella), que ha intentado suicidarse junto con su hijo de 18 meses. Dos orígenes distintos, dos personas que se encuentran sin buscarse y se reconcilian con su soledad tras una aventura compartida, la soledad de la locura porque locura es aislamiento, es ser y pensar distinto, actuar de forma diferente de cómo establecen las convenciones, en el límite hasta provocando daño a los que nos rodean.

Aunque la locura en un centro psiquiátrico puede tratarse desde múltiples perspectivas, en “Locas de alegría” el director quiere entrar en la historia íntima de las personas, y la trama gira sobre las dos protagonistas, donde los responsables del centro representan el más humano de los tratamientos, la mejor cara posible del sistema. En cierto sentido la película te produce una sensación de irrealidad, que no por ello resta sustancia a la reflexión sobre el fenómeno de la locura.

“Locas de alegría” casi nos permite ver la cordura dentro del trastorno mental, lo que nos apercibe de la delgada línea que a veces las separa. Y nos hace pensar en las razones por las que aparece. Unas veces empujados por herencia genética – nacieron así – y otras por el entorno – así vivieron--. La condesa desequilibrada sigue creyéndose el centro de su mundo y piensa que hay un complot para mantenerla recluida, mientras Donatella sólo trata de sobrevivir ante lo único bueno que parece haber tenido en su vida: su pequeño hijo entregado en adopción a una familia de acogida, niño que ha tenido con el propietario de un bar de alterne que no quiere saber nada de ninguno de los dos. La vida de Donatella ha estado marcada por la indiferencia de sus padres hacia ella, y ella no quiere admitir algo así para su pequeño hijo. Quizá la falta de empatía, el aislamiento, sea uno de los signos de la locura, incapacidad de ver más allá del propio pensamiento desestructurado. Así viven Beatrice y Donatella cuando se conocen, cada una por sus distintas razones.


Pero hasta la locura puede convertirse en cordura cuando se acepta y se encuentra el apoyo para seguir adelante. No es una historia tipo Thelma y Louise aunque en algún momento pudiera parecerlo porque el director nos quiere enseñar que los finales trágicos no son siempre los únicos posibles aunque sean los más taquilleros. Beatrice ha aprendido a preocuparse por alguien que no es ella misma. Donatella sabe que su hijo está bien y sabe que tiene a Beatrice.






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