También es una película de arquetipos contrapuestos, donde la volcánica
condesa italiana de mente fantasiosa (Beatrice), que parece haber acabado en un
centro psiquiátrico por la influencia de su familia para evitar que siga
dilapidando el patrimonio familiar, se encuentra en Villa Biondi con la
abstraída e indolente joven “tatuada como una libreta” (Donatella), que ha
intentado suicidarse junto con su hijo de 18 meses. Dos orígenes distintos, dos
personas que se encuentran sin buscarse y se reconcilian con su soledad tras
una aventura compartida, la soledad de la locura porque locura es aislamiento,
es ser y pensar distinto, actuar de forma diferente de cómo establecen las
convenciones, en el límite hasta provocando daño a los que nos rodean.
Aunque la locura en un centro psiquiátrico puede tratarse desde múltiples
perspectivas, en “Locas de alegría” el director quiere entrar en la historia
íntima de las personas, y la trama gira sobre las dos protagonistas, donde los
responsables del centro representan el más humano de los tratamientos, la mejor
cara posible del sistema. En cierto sentido la película te produce una
sensación de irrealidad, que no por ello resta sustancia a la reflexión sobre
el fenómeno de la locura.
“Locas de alegría” casi nos permite ver la cordura dentro del trastorno mental, lo que nos apercibe de la delgada línea que a veces las separa. Y nos hace pensar en las razones por las que aparece. Unas veces empujados por herencia genética – nacieron así – y otras por el entorno – así vivieron--. La condesa desequilibrada sigue creyéndose el centro de su mundo y piensa que hay un complot para mantenerla recluida, mientras Donatella sólo trata de sobrevivir ante lo único bueno que parece haber tenido en su vida: su pequeño hijo entregado en adopción a una familia de acogida, niño que ha tenido con el propietario de un bar de alterne que no quiere saber nada de ninguno de los dos. La vida de Donatella ha estado marcada por la indiferencia de sus padres hacia ella, y ella no quiere admitir algo así para su pequeño hijo. Quizá la falta de empatía, el aislamiento, sea uno de los signos de la locura, incapacidad de ver más allá del propio pensamiento desestructurado. Así viven Beatrice y Donatella cuando se conocen, cada una por sus distintas razones.
Pero hasta la locura puede convertirse en cordura cuando se acepta y se
encuentra el apoyo para seguir adelante. No es una historia tipo Thelma y
Louise aunque en algún momento pudiera parecerlo porque el director nos quiere
enseñar que los finales trágicos no son siempre los únicos posibles aunque sean
los más taquilleros. Beatrice ha aprendido a preocuparse por alguien que no es
ella misma. Donatella sabe que su hijo está bien y sabe que tiene a Beatrice.
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