No es fácil encontrar películas que relaten
la intimidad de la trama judía de relaciones y quizá es la primera impresión del
espectador que visiona “Norman”. En esta tragicomedia aparentemente imposible
el casi patético Norman, que al principio puede parecer como parte de un
decorado más amplio, va ganando protagonismo hasta que al final se adueña de la
trama convirtiéndose en el anónimo personaje que permite que todo termine bien.
Sólo al final, y tras un largo sorbo de
reflexión, puedes apreciar la inmensidad del papel de un “fixer” (conseguidor
de favores) cuyo modelo de negocio se basa en la generosidad sin casi importar
las consecuencias. Nada más inesperado en la meca del dinero, Nueva York, y de
ahí parte de lo increíble de esta trama.
El título original en inglés explica
perfectamente la historia de Norman. “The moderate rise and the sharp fall of a New York fixer”. Norman se beneficia poco de su éxito, al
menos para lo que entendemos habitualmente como tal, y sin embargo, paga muy
caro al final su continua cadena de favores. En ese mundo las personas actúan
siempre por un motivo y con un objetivo, y el dinero suele ser un importante
factor en el mundo de los “fixers”, pero no parece ése ser el que mueve a
Norman.
La película provoca muchas reflexiones sobre
lo que es ético y es legal. ¿Es ético influir para que el hijo de un primer
ministro entre en Harvard sin llegar a la nota mínima? No, pero pasa. ¿Es legal
o ético dar información privilegiada que puede beneficiar a alguien para ganar
miles de millones, que a cambio, realizará una donación generosa anónima? La cadena
de favores e influencias, fuera en este caso de los grandes despachos de los “lobbies”,
son el tema fundamental de los “Norman”, esas personas anónimas, buenas y hasta
un poco tontas según nuestros estándares. Los “Norman” que no aparecen en los
titulares, pero que tejen en la trastienda la trama de los acontecimientos.
¿Existe Norman? Richard Gere se quita aquí el
traje de galán, pero no abandona la gorra, la bufanda y el abrigo beige durante
toda la película, durante 4 actos que acontecen durante al menos 3 años. El
director lo convierte en un personaje atemporal, que pudo haber nacido así y
que seguramente “muere con las botas puestas”. Ni parece ganar dinero ni lo
necesita. Su personaje y el mensaje que transmite está por encima de ello.
Llama también la apreciación que cada persona
realiza sobre los “Norman”: unos solo los quieren por el dinero que pueden
ganar, otros sienten lástima, otros los usan como arma política, otros les
quieren y les aprecian. Pero se dan cuenta de que el análisis de coste/beneficio
en la mente de Norman no funciona como en su mundo. Incluso hay algunos que con
aparente real apreciación les consideran como peones prescindibles en una causa
más grande.
Pero el Norman angelical va descubriendo a su
“”alter ego” y no se gusta en lo que ve. Está más cerca de lo que le gustaría
del conseguidor de poca monta y más lejos de la élite con la que se relaciona.
Cuando se cierra la puerta de la embajada israelí sabe que empieza a descender
desde lo alto de su noria. Su caída es abrupta pero pocos lo saben y muchos se
benefician. Ese par de zapatos del
primer acto fue su mejor inversión y su perdición.
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