sábado, 4 de noviembre de 2017

Handia




"Nada dura eternamente."
"Bajo la superficie aparentemente estable, todo cambia continuamente."

En esta cinta de ritmo lento que relata de vida de unos hermanos vascos en su tierra en el siglo XIX, nos encontramos cómo coexiste el contraste entre lo extraordinario y lo normal, y de qué forma a lo largo del tiempo ambos van convergiendo. Es la supervivencia de la normalidad. 

Es la historia de dos hermanos que se separan, años más tarde se reencuentran y ya no vuelven a separarse. Martin, deseoso de encontrar una nueva vida y emigrar de una tierra pobre a América sin conseguirlo. Joaquín, enfermo de gigantismo que nunca de crecer y que a los 30 años ya mide más de 2,5 metros. Joaquín no quiere cambiar pero está condenado al cambio constante hasta su muerte. Nunca para de crecer y nota como sus huesos se estiran y sus vísceras se expanden sin freno. Pero acepta su excepcionalidad en un mundo de supervivencia y su amor por su hermano le lleva a exhibirse como una criatura extraordinaria en toda Europa para ganar dinero. Allí descubre que no está sólo, que hay otros como él, igualmente extraños y arrinconados. Casi siempre, la vida está hecha para las personas normales, y no sólo en estatura. Pero la rareza es una cuestión de expectativas. Cuando lo extraño se convierte en habitual desaparece la sorpresa. Joaquín deja de ser una “atracción” cuando la gente se acostumbra a verle.

Impresiona la humanidad de Joaquín. Sabe que es distinto, acepta su papel, pero reivindica su identidad como persona. Ya que su vida no tiene fácil encaje en un mundo de personas normales, no quiere dejar de tomar sus propias decisiones. Se equivoca y acierta, como todos.

La supervivencia impregna Handia. Desde el momento en que el padre ofrece a Martín para alistarse con los carlistas en 1836, hasta el final de la película. Asombra pensar que esto ocurría hace no mucho más de 100 años. Qué contraste el cambio lento de Handia respecto del cambio acelerado en los tiempos actuales.

Es una mirada íntima a la diversidad, en un momento en que dentro de la globalización muchos pueblos buscan preservar su identidad. También impresiona el papel vertebrante de la religión en la construcción de comunidades culturales y ello se percibe en buena parte de Handia. La identidad es quien soy, cuales son mis raíces y mis relaciones de confianza, mi familia o mis amigos cercanos. Mi lengua. Mis códigos de comportamiento. Al final es mi cultura, aquel intangible que permea nuestro comportamiento más privado. Alguien decía que “la cultura es aquello que guía nuestros comportamientos sin que nadie nos diga lo que tenemos que hacer". El País Vasco nunca fue conquistado por invasores externos, su lengua se habla desde hace tiempos inmemoriales, la dispersión en caseríos de buena parte de la población, la ausencia de numerosas o grandes poblaciones donde la cultura autóctona se hace más permeable, todo ello, conforma un sentido de pertenencia al cual aún muchas personas se aferran pese a la homogeneización que se extiende con la globalización. "La tierra no es plana", dirían algunos.


En suma, Handia es una cinta magistralmente lograda, compleja, película que se deja ver pero que hay que degustar sin precipitación para que el lento decantar del tiempo nos permita saborear la historia subyacente de Martín y Joaquín.



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