sábado, 13 de enero de 2018

Muchos hijos, un mono y un castillo


Todos los que vean esta cinta estarán de acuerdo en que no deja indiferente: o bien gusta, pero hay que explicarlo, o bien disgusta al pensar que es una tomadura de pelo. Quizá no hay mucho que racionalizar y simplemente dejarse llevar. 

Ciertamente este documental/película es extraño, al tiempo que divertido y sobre todo íntimo. Es un corto de la vida a lo largo del tiempo de una familia real, la disparatada tragicomedia de su historia tras comprar un castillo, llenarlos de cacharros a lo largo del tiempo y el proceso de deshacerse de ellos junto con el propio castillo como consecuencia de un embargo. Pero en el centro de todo está la madre octogenaria, filmada por su hijo (el director del documental), en sus reflexiones sobre su vida y creencias y la de su familia, su marido y sus seis hijos, en una sucesión de aparentes tomas que casi parecen caseros, y que van desgranando la vida y personalidad de la madre. El marido y sobre todo los hijos orbitan a su alrededor como estrellas obedientes. 


Es posible que la cinta tenga méritos cinematográficos que observadores no técnicos nos somos capaces de apreciar, y ciertamente no tiene una trama de gran calado porque el documental va sobre la vida misma, sobre sus emociones y sentimientos. Quizá en su simpleza está su belleza interior. Quizá nos hace reflexionar sobre las distintas etapas de la vida, los recuerdos que acumulamos, quizá aquí representados por los miles de cachivaches con letrero que surgen en la mudanza, con el hilo conductor de la búsqueda de las vértebras de su abuela entre el desorden de los armarios abarrotados. Al final, la vida es un proceso donde el final tenemos dificultades para recordar el camino que hemos seguido, e incluso, al final nos importa poco si ese camino fue o no el correcto, simplemente fue el nuestro. Fue el que cada uno eligió o tuvo, pero la memoria sí selecciona aquellos momentos que nos hacen realmente felices cuando vamos a dar la última curva de la vida.

La historia no juzga los múltiples desvaríos sino que sólo los relata tal como pasan, lo cual puede resultar sorprendente con el contraste de lo que pensamos que pasaría en la vida real: la paciencia infinita de hijos y padre desmontando y almacenando los interminables objetos que proceden del desmonte y desalojo del castillo. Incluso el buen clima permanente entre todos es sospechoso de irreal, y también sorprende la aparente pasividad con que todos aceptan la pérdida del castillo y toda su historia vital para almacenar los objetos en una nave industrial. Se supone que la mayoría tendríamos una sensación de mayor drama ante un cambio tan radical a peor. 






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