Muchas películas han rememorado desde distintos ángulos la Segunda Guerra Mundial,
un desastre para Europa y su población civil, que sufrió la muerte y los efectos
de la ocupación bélica.
En la “Sociedad Literaria y el pastel de piel de patata”, título homónimo
de la novela que lleva el mismo nombre que la película, no veremos la crudeza de
las escenas de la guerra, pero sí los efectos psicológicos de su violencia.
Es una pequeña historia más, que acontece en un pequeño pueblo ocupado, y que
no se cura hasta unos años más tarde, porque en las guerras siempre hay
historias y heridas que tardan tiempo en repararse o que incluso nunca se
curan. Esto se sabe bien en los pueblos, donde las personas han de convivir viéndose
a diario sin poder refugiarse en el anonimato de las grandes ciudades.
Y esta es la base de la película “La Sociedad Literaria y el pastel de piel
de patata”. Se cuenta de forma tan bucólica, predecible y elegante que quizá le
quita suspense a lo que podría haber sido una trama con más intriga. Pero seguramente el director de la película no quería eso, y en mi opinión su planteamiento no
le resta ni un ápice de atractivo al encuentro de la película con el
espectador.
Es una película mágica sobre el poder reparador y embriagador de las conversaciones en torno a los libros.
“La Sociedad Literaria y el pastel de piel de patata” nos cuenta la
historia de un grupo de vecinos de la isla británica de Guernsey que, recién ocupada
por los alemanes en 1941, consiguen a través de un club de lectura evadirse
durante unas horas a la semana de la dureza y privaciones de la vida diaria.
En 1946, en plena euforia tras el fin de la guerra en una Inglaterra
victoriosa, una famosa escritora de novelas londinense conoce casualmente este
club de lectura que aún sigue en activo y queda fascinada. Y quiere escribir su
historia, pero comprobará que las cicatrices de la guerra aún no están curadas.
La historia no está aún preparada para ser contada.
Es una película sobre sentimientos, sobre todo positivos: amor, cariño,
solidaridad o perdón, todo ello en el escenario idílico de un pequeño pueblo en
la costa isleña. Los prejuicios, la maledicencia y la traición también tienen
un pequeño hueco en la trama para que ésta no sea totalmente inverosímil.
Es también la historia de una escritora de novelas de éxito que relata las
historias de sus personajes ficticios, pero a la que le falta su propia
historia, ser parte de algo más profundo que sólo ser una persona de éxito y
vida acomodada que cuenta historias de otros. ¿Somos capaces de abandonarlo
todo para ser parte de una historia que nos llegue al corazón?
Esto es lo que nos cuenta “La Sociedad Literaria y el pastel de piel de
patata”, mezcla a raudales de amor, belleza, simpatía, con unos diálogos cuidados
y escenas de gran magnetismo e impacto.
Como nota adicional, me fascina la capacidad de los anglosajones de somatizar sus
peores momentos en positivo y al tiempo contárselos al mundo mientras ganan
dinero con ello. Sobredosis de un Londres victorioso y victoriano. La belleza
de las conversaciones y diálogos. Hasta un libro de Shakespeare conecta el “flashback”
que nos presenta la película entre 1941 y 1946. "Chapeau" por los británicos.
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